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Mas al grabar su huella ensangrentada,
La eterna maldicion le va siguiendo.

¡Qué horror!

PUEBLO.

SACERDOTE (con tono de inspirado).

Oid, y temblad! Yo su cabeza

1.

A los Dioses consagro del Averno,
Sin que siquiera logre en su agonía
Pasar las negras ondas del Leteo:
Que en triste soledad y eterna noche,
Sin patria, sin asilo, sin consuelo,
Errante vague en la asombrada tierra,
Y le nieguen los hombres agua y fuego;
Hasta sus mismos hijos en su sangre
El crímen lleven y el castigo horrendo;
Y la execrable raza, maldecida,

Quede á los siglos cual padron eterno!

(Retírase el SUMO SACERDOTE; y poco a poco vanse disipando tambien los grupos de gente, yéndose por diversos lados.)

ESCENA III.

EDIPO.

Yo os invoco tambien, Númenes sacros
Que presidís en el oscuro reino,

1

Yo os invoco tambien !.. Mostrad al mundo
Vuestro poder, terror de los perversos;
Y el parricida atroz no halle refugio
Ni de la tierra en el profundo centro.::
Por vez postrera sus culpables ojos
Miren el resplandor del claro cielo;

La muerte implore, y ni la muerte quiera
Poner fin á sus bárbaros tormentos!

ESCENA IV.

EDIPO, YOCASTA.

YOCASTA (al salir.).

¿Qué nuevo mal nos amenaza, Edipo ?..
Que hasta el palacio mismo llevó el eco
Tus confusos acentos; y al oirlos,
De terror y congoja me cubrieron.

EDIPO.

Antes, amada esposa, ya los Dioses
Ofrecen deponer su airado ceño;
Y á la afligida Tebas amparando,
Solo al crímen amagan justicieros.

YOCASTA.

¿Será posible que Yocasta vea

Un solo dia plácido y sereno,
Y que logre abrazar sus tiernas hijas
Excenta de temores y recelos?..
Ha un instante que inquietas y azoradas
A mi triste regazo se acogieron;
Y al querer estrecharlas, con espanto
Las rechazaba mi agitado seno :
Mi corazon leal una vez y otra
Repitió su fatal presentimiento,
Y una secreta voz dentro del alma
Me anunció nuevas penas, males nuevos.

EDIPO.

Tranquilízate, esposa ; y no así dobles
Tú misma tus pesares, ofendiendo
A los supremos Dioses, cuando pios
Acogen hoy nuestro ferviente ruego :
Salvos tus hijos, libertada Tebas,
Vuelto á las leyes su sagrado imperio,

Seguro el trono, y la inocente sangre

Vengada al fin...

YOCASTA.

¿Qué dices? ¿ será cierto?

EDIPO.

Los Dioses la sentencia han pronunciado
Del atroz regicida; y al momento
Que se cumpla el oráculo terrible,
Su brazo protector salvará al reino.

YOCASTA.

Logren mis ojos ver tan fausto dia;
Lógrenlo ver, y satisfecha muero !..
Sí, Edipo, los pesares en mi alma
Una herida cruelísima han abierto,
Y miro con desden cuantos encantos
Ofrecerme pudiera el universo.

No hay dicha para mí!.. Yo ví á mi esposo,
Con honda herida traspasado el pecho,
Entrar exangüe por las mismas puertas
Que vió al salir ornadas de trofeos;
Yo le escuché desde la negra tumba
Pedir venganza con tremendo acento,
Mientras ignoto, impune el parricida
Quizá insultaba su sepulcro regio:
Mas de sufrir los Dioses se cansaron
A la maldad sacrílega; y abriendo
Los diques á su enojo, en su venganza
La inocencia Ꭹ el crímen confundieron.
Un solo dia respiró la patria,

Y la dulce esperanza me dió aliento,
Cuando vencido el sanguinario monstruo,
Libertador y rey te aclamó el pueblo;
Por en medio de ruinas y sepulcros
El mismo me condujo al sacro templo,
por la paz de Tebas y su gloria

Y

Convertí en nupcial pompa el triste duelo.

d

¡ Mas cuán breve pasó nuestra ventura, Cuán breve, caro Edipo!.. Como un sueño Voló; y al despertar despavoridos,

Se mostró mas cruel el hado adverso.

¿Lo recuerdas, Edipo? El mismo dia
En que vimos nacer un hijo tierno,
Y con llanto de amor le bendijimos
Como prenda de union y de consuelo;
El mismo dia en que la triste patria
El logro celebró de sus deseos,
Viendo afianzada su futura suerte;
En ese dia, de fatal agüero,

Parece que los Dioses contemplaron
Con enojo y horror nuestro contento.
Aun sonaban los cánticos de albricias
En las sagradas bóvedas del templo,
Y el pueblo enternecido encomendaba
El niño augusto á la piedad del cielo,
Cuando con ronco estruendo retemblaron
De la tierra los íntimos cimientos,
Y el rayo vengador del sumo Jove
Confundió sobre el ara el sacro fuego.
¡Cuántos males de entonces, cuántos males
Sobre nosotros, míseros, cayeron!

Y aun hoy mismo ¿quién sabe si mayores...?

EDIPO.

No, Yocasta los Númenes supremos

:

Castigan y se vengan, mas no engañan ;
No son hombres, Yocasta!.. Hoy ofrecieron
Poner término y fin á nuestros males;
Hoy término tendrán.

YOCASTA.

Quiéralo el cielo !

EDIPO.

Pero no entre el temor y la esperanza
Tan preciosos instantes malogremos,

En vez de apresurar el feliz plazo Con fe sincera y religioso ruego; Antes bien, á la voz de su monarca, A la tumba de Layo acuda el pueblo, Y con fúnebre pompa y sacrificios Sus indignados Manes aplaquemos.

FIN DEL ACTO PRIMERO.

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