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colocacion, conviene no perder nunca de vista el objeto principal de la obra, y procurar que todos los ornatos contribuyan á aquel fin, en cuanto sea posible; pues si son extraños al asunto, pondrán al poeta en el caso risible de un artista que pintase con perfeccion un árbol, habiéndose obligado á representar un naufragio: alude probablemente el autor á una costumbre de los Romanos, que cuando se libertaban de semejante peligro, solian mandar pintar un cuadro que le representase á la vista y le colgaban en un templo. Antes de terminar Horacio expresando en una breve regla el precepto que con tanta maestría ha desenvuelto, alude á un alfaharero, que habiendo empezado á hacer un vaso magnifico, le concluyese luego con la forma de un mezquino jarro; deseando manifestar con este ejemplo que todas las partes deben tener la conveniente magnitud y corresponder al fin propuesto, sin lo cual no es posible que presente la obra un plan único y sencillo.

3. Horacio recomienda en seguida la templanza que deben guardar los poetas aun en el uso de las buenas prendas, sin la cual su mismo anhelo impetuoso les hará incurrir en defectos; asi como suele caer en un precipicio quien huye á ciegas de otro. Ni se ha contentado Horacio con expresar la regla general; sino que, para hacerla mas perceptible, ha indicado del modo mas exacto y conciso el punto de perfeccion á que aspira el poeta y el vicio cercano en que va á dar, si traspasa imprudentemente los debidos límites.

4. Tan importante juzga Horacio el principio clásico de la unidad en las obras, que vuelve á insistir en él, presentando como ejemplo del defecto contrario el de un mal escultor ( que vivia, al parecer, cerca de la escuela de esgrima de un tal Emilio) el cual se aventajaba en la ejecucion prolija de las par

tes mas menudas, pero no gozaba de crédito, porque no sabia formar el cuerpo entero de una estatua. Un poeta que se halle en igual caso, lleno de habilidad en los pormenores de su obra y desacertado en el plan de su composicion, se asemeja, segun Horacio, al que se mostrase envanecido por tener alguna faccion bella, al paso que otra deforme afease su

rostro.

5. Nada hay tan difícil, ni que exija tanta madu. rez en el juicio de un poeta, como el concebir y ordenar en su mente el plan general de una composicion; y por eso Horacio pasa inmediatamente á prevenir á los poetas contra la vana presuncion, que suele hacerles acometer empresas superiores a sus alcances. Mas cuando, por el contrario, tienen la necesaria circunspeccion para tentar sus fuerzas, sin cargar con peso que los agobie, consiguen naturalmente dos ventajas: como dominan la materia, ordenan fácilmente sus diversas partes; y el método y claridad de las ideas produce, como es consiguiente, facilidad y belleza en la expresion.

Expuesta esta verdad sencilla, pasa Horacio á explanar algun tanto en qué consista el mérito del órden, que acaba de recomendar, manifestando que exige el mayor discernimiento en el poeta, no solo para elegir los materiales de la obra, empleando meramente los útiles y desechando los demas, sino para colocarlos respectivamente en lugar oportuno. Si no se quiere, por ejemplo, confundir la memoria de los espectadores de un drama ó de los lecto. res de un poema, es preciso (como aconseja Horacio) no presentarles muchas ideas á un tiempo, ni empeñarse en exponerlo todo de una vez; sino ir dando con acierto y mesura las noticias convenientes, diciendo al principio lo que sea indispensable, y reservando lo demas para las ocasiones que naturalmente ofrezca el mismo curso de la obra.

6. Despues de haber hablado del órden, pasa Horacio á tratar del otro miembro de la proposicion que habia asentado, á saber, de la elocucion: pues si aquel requiere sumo acierto y maestría en la distribucion de las ideas, no son menos necesarias entrambas dotes para la oportuna colocacion de las palabras. Tanto puede el arte en esta materia, que á veces una voz conocida, y hasta vulgar, aparece como nueva y ennoblecida por la manera sagaz con que está unida á otras.

Entra en seguida Horacio á tratar de una materia delicadísima, cual es la introduccion en el lenguaje de voces nuevas; y lejos de autorizar, como algunos han pretendido, una amplia libertad en esta materia, señala con tanta exactitud sus justos límites que es imposible hacerlo con mayor acierto. Como las naciones adelantan y adquieren nuevas ideas, forzoso es para expresarlas inventar nuevos signos: en tiempo de Horacio, por ejemplo, habia que denotar muchas cosas que no conocieron los Romanos en la infancia de su nacion, cuando aun iban vestidos con una túnica corta y grosera; y la necesidad misma dictó la ley que repite el poeta. Mas la misma razon en que se funda esta facultad, indica suficientemente que no se puede usar de ella por mero antojo, ó por ignorar las voces que el propio idioma ofrezca; sino con sobriedad y miramiento: puden

ter.

¿Mas en caso que sea necesario emplear voces nuevas, á qué fuente deberá recurrir el poeta ? Horacio lo indica con un ejemplo: al idioma que mas analogía ofrezca con aquel de que se trate, ό por haber contribuido á su formacion, ó por asemejársele mas en índole y carácter. Asi, como los Romanos habian tomado al principio de los Griegos hasta sus leyes y su literatura, y como la lengua latina tenia quizá mas parentesco con la griega que con ninguna

otra, aconseja Horacio que á ella acudan los poetas, si se ven menesterosos por escasez de su propio idioma; de la misma manera que pudiera aconsejarse á un Español, si se encontrase en igual caso, que acudiese con preferencia á la lengua latina, que puede reputarse como madre de la suya.

Tomadas las palabras nuevas de orígen tan cercano, pierden mas breve el aspecto de extranjeras, y adquieren pronto, como dice Horacio, crédito en el pais. Mas advierte que para conseguirlo, no deben pasar al nuevo idioma como estaban en el suyo propio, sino con alguna leve variacion, que las asemeje á las ya recibidas mostrándolas vaciadas en el mismo molde.

Probablemente en tiempo de Horacio, asi como sucede en el nuestro, si habia muchos que abusasen de la libertad de introducir voces nuevas, no faltarian otros tan rígidos y escrupulosos que condenasen absolutamente semejante facultad; y dirigiéndose á ellos, les reconviene Horacio con un argumento incontestable: si no hubiese existido nunca esa libertad, no se hubieran enriquecido las lenguas; algunos empezaron necesariamente á emplear voces que no se hubiesen usado antes; y no hay razon para que á ellos se les conceda ese privilegio, y se niegue tan severamente á los que despues intenten imitarles. Asi concluye Horacio aclarando su pensamiento con una metáfora muy bella: compara las voces que se toman de otras lenguas, y se introducen en el pais, con las monedas extranjeras que se acuñan de nuevo con el sello de la nacion para que tengan en ella curso.

A pesar de ser cierto el principio expuesto por Horacio, y exacto en el fondo el raciocinio en que le apoya, no me parece inútil advertir que cuando han llegado las lenguas á cierto punto de adelantamiento y perfeccion, naturalmente se va estrechan

do la facultad de que se trata, y no puede ser tan amplia como cuando un idioma, al salir de la infan cia, está, por decirlo asi, creciendo. Es seguro que Horacio y Virgilio no tuvieron en tiempo de Augusto tanta amplitud para inventar voces nuevas como los autores mas antiguos; asi como un poeta español de esta época no se halla en la misma necesidad, ni puede por lo tanto reclamar igual derecho, que las que perfeccionaron nuestra lengua en el siglo décimoquinto y en el siguiente.

7. Continua Horacio tratando del lenguaje, y ha biendo hablado de la introduccion de voces nuevas, pasa á decir que, por el contrario, las que llegan á envejecer tambien desaparecen, cediendo su lugar á otras mas lozanas; asi como acontece con las hojas de los árboles, que se renuevan segun las estaciones. Comparacion bellísima, que en mi concepto imitó Horacio del Canto VI de la Ilíada en que compara Homero, « la produccion de los hombres con la de las hojas de los árboles: caen unas á tierra, arrojadas por el viento; pero renacen otras, cuando el bosque vuelve á brotar y á reverdecer en la estacion de la primavera: lo mismo acontece con los hombres; nace una generacion, perece otra. »

Al haber de probar una cosa tan sencilla como que el lenguaje no es inmutable, sino que está sujeto á las mismas vicisitudes y mudanzas que todas las co, sas humanas, es de notar el arte con que ingiere Horacio un elogio delicado de Augusto, expresando que nada puede aspirar á la inmortalidad cuando no la conseguirán sus obras: con cuyo objeto alude primeramente al Puerto Julio, que se habia construido abriendo entrada al mar hasta los lagos Averno y Lucrino; despues á los trabajos asombrosos hechos en las Lagunas Pontinas, para desecarlas y meterlas en labor, y últimamente á los reparos construidos, á lo que parece, para encaminar el curso del Tiber

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