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no se hace para vender por docenas no se hace bien; por eso sus estampas son tan excelentes, y sus estatuas tan ridículas.

XIII.

En Inglaterra se hace mucho caso de los muertos. No los entierran hasta cuatro, seis ó más dias de su fallecimiento; bien que, así en esto como en las fiestas de toros, es menester que el tiempo lo permita. Durante estos dias se paga ó arregla el pago de sus deudas; y áun creo que hay ley para no dar tierra á nadie hasta que sus acreedores queden satisfechos. En la abadía de Westminster enseñan el cuerpo de un embajador de España, á quien no han enterrado por esta causa; y segun las trazas, largo tiempo permanecerá insepulto, ejercitando la elocuencia del cicerone, que diariamente repite su panegírico.

Cuando muere algun sujeto de conveniencias, se ponen á su puerta dos personajes alquilones, vestidos de negro de arriba abajo, con sombrero redondo, y en él rodeada una toca que les cuelga por detras hasta la mitad de la espalda, un saco negro encima del vestido, y en la mano un baston largo con un atravesaño encima que forma una T, cubierto con un velo ó tafetan negro.

La pompa funeral para conducir el cadáver á la iglesia empieza por dos ó cuatro de los citados personajes, que van caminando á paso muy grave y con semblante dolorido; porque, al fin, para eso se les paga. Sigue despues el muerto en un coche, expresamente construido para tales casos, que consiste en un cajon largo, cerrado, dentro del cual va el ataud; sobre la cubierta de este cajon sirven de adorno seis ú ocho plumajes; los caballos llevan penachos y cubiertas, el cochero, que va á pescante, su sombrero redondo, sus gasas y su capa; á los dos lados del coche funeral van cua

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tro ó seis personajes, semejantes á los ya mencionados, Ilevando en la mano una especie de cetro ó baston corto. Siguen detras dos ó tres ó más coches, donde van hombres y mujeres, parientes ó amigos del difunto, suponiéndose que todos van de negro; y de este color son los coches, los plumajes, las cubiertas, los caballos y cuanto sirve para la pompa fúnebre; á no ser que sea alguna doncella la que se entierra; que en tal caso (por un envidiable privilegio concedido á la virginidad) los plumeros, los penachos de los caballos y los tafetanes de los plañideros son blancos. Ya se ve que esta procesion será muy silenciosa y obscura: nadie reza, nadie canta, ni nadie lleva una mala cerilla para que el muerto vea por donde va. Me acuerdo (entre paréntesis) de haber oido decir á un cerero de la plazuela de Santo Domingo que á todos los ingleses se les llevaba el demonio, y ahora caigo en que el cerero tenia razon. Ello es que, sea como sea, el muerto llega á la iglesia; sacan el ataud, le colocan en medio de la nave principal, cubierto con un gran paño negro; los clérigos se apoderan de él inmediatamente, y despues de un breve oficio, le acompañan á la sepultura, seguidos de toda la gente que hace el duelo.

Los muertos que no tienen dinero, ó gustan de hacer ejercicio, no van en coche, sino á caballo en cuatro mozos, alquilados y enlutados á este fin, siguiendo detras el duelo pedestre; pero éstos son muertos de poca entidad, y nadie hace caso de ellos. Volvamos á tratar de los sujetos de forma.

Por si acaso la fama vocinglera no ha clamoreado bastante la infausta noticia de su fallecimiento, mandan hacer un grande escudo de armas, propias ó usurpadas ó inventadas ad libitum ( y éstas son las más bonitas), con sus cartelas y festones de oro y su marco negro, y las colocan en la pared de la casa del difunto, donde permanecen muchos meses.

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Si el que murió es el último de su familia, el fondo sobre que está pintado el escudo es todo negro; si es el primogénito ú heredero inmediato, la mitad del lado derecho es negra, y la otra blanca; si es la mujer, ó algun otro individuo de la parentela, al contrario. Todo lo cual (como se deja conocer) es sumamente útil á vivos y difuntos.

El lugar del entierro es, ó en las paredes de la iglesia (y esto supone desde luego urna, escudo, cipreses mustios, reloj de arena y geniezuelos llorones), ó es en el cimenterio, donde en cada sepultura ponen una lápida de cuatro dedos de grueso, una vara de ancho y una y media de alto, colocada verticalmente, y en ella el nombre, edad y titulos del muerto. A los seis meses ya está la lápida derrengada; y es de ver en tales parajes ¡ cuán presto empieza á burlarse de la vanidad humana el tiempo destructor! Bien que, si se considera, peor modo de poner las tales lápidas no pudiera elegirse. Los muertos prudentes, que saben lo que sucede con los demas, se hacen un sepulcro en toda forma, y le rodean con verjas para evitar los insultos de los muchachos, que son regularmente los que más profanan estos lugares de horror.

CUADERNO TERCERO.

1. Inscripcion curiosa.
2. Coches de alquiler.
3. Gacetas.

4. Coches de camino.
5. Judíos.

I.

En una de las principales calles hay una inscripcion gigantesca, que coge toda la fachada de una casa, y dice así:

PRO BONO PUBLICO

JAMES ASHLEY IN 1751

FIRST REDUCED THE PRICE OF PUNCH

RAISED ITS REPUTATION

AND BROUGTH IT INTO

UNIVERSAL ESTEEM.

Que quiere decir. Pro, etc., Jaime Ashley, en 1731, bajó el primero el precio del ponche; levantó su reputacion, haciéndola digna del aprecio universal.

II.

El número de coches de alquiler en Londres será, lo ménos, igual al de los propios. Hay dos clases de coches alquilones (sin contar los de camino): los de la primera son los que se alquilan por dias, semanas, meses, ó mayores

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épocas nada hay que decir de ellos, sino que son de lo mejor que se puede pedir; los de la segunda son los que equivalen á nuestros simoniacos. Estos están todos numerados, y llegan á mil: en general, son muy decentes, y sobre todo, muy cómodos y seguros; los cocheros lo echan á perder, porque muchos de ellos suelen ir en malísimo traje; tal vez en justillo, y tal vez con un gran camison grasiento, que les sirve de sobretodo; pero el honor del que va en el coche no padece en la opinion pública, por muy indecente que esté el cochero. Estos coches están repartidos por las calles todo el dia, á cortas distancias; luégo que se pide uno, está á la puerta. Se paga segun el trecho que andan, y hay una tarifa arreglada á este fin. Si el cochero quiere exigir más de lo que es justo, no hay que disputar; se le presenta la mano llena de monedas para que tome lo que quiera; y si toma algo que exceda al precio establecido, viendo el número del coche y dando una queja, se le castiga al instante rigu

rosamente.

III.

Pasan de veinte las gacetas que salen cada dia en Lóndres; sólo me acuerdo de éstas: The Star, The Sun, The Oracle, The Times, Morning Post, Morning Chronicle, Morning Herald, The Daylli, Public Advertiser, London Gazelte, The Argus, The Courier, Saint James Chronicle, London Packet, Ayre's London Gazette, Evening Post, The Observer. Cada una de ellas, así por lo enorme del pliego en que están impresas, como por lo menudo de la letra, equivaldrá, lo ménos, á tres de nuestras gacetas comunes.

Todas ellas son al principio partidarias de la oposicion: sus autores declaman contra el Ministerio, vierten máximas políticas, y proponen medios de hacer feliz á la patria, zahiriendo cuanto se hace, y afectando el más puro desinte

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