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que sostenian á la Compañía de Manuel Martinez, eran sin duda los más formidables, así por el número, como por la calidad de su gente: tenian caudillo conocido, que dirigia en el patio sus ataques, calmaba sus ímpetus, y les hacia gritar ó callar, silbar ó aplaudir, segun le parecia oportuno. Era éste un maestro de herrero, hombre de humor, de acalorada fantasía, alto, tiznado como Estérope, intrépido, expresivo en su gesticulacion y movimientos, dotado de verbosa y fácil elocuencia, vecino honrado y de sanísimas intenciones; llamábanle Tusa, y era conocido y respetado con este nombre desde la Ribera de Curtidores hasta los yunques de las Maravillas. Él y su gente aplaudian y preconizaban cuantos disparates tenía á bien representar el tio Martinez (que este cariñoso dictado le daba el vulgo); y nada se hacia en la Compañía de Eusebio Ribera, que en su opinion fuese tolerable. Esta no carecia tampoco de frenéticos apasionados, capaces de oponerse al torrente amenazador, que muchas veces venia á turbar y alborotar su patio: preciábanse de tener más inteligencia y delicado gusto que los Chorizos; pero en verdad que unos y otros tenian igual motivo para tan osada presuncion.

Unas veces el amoroso Vicente Merino, á quien llamaban el Abogado, la gran Figueras, Gabriel Lopez, gracioso inimitable, la Polonia y el aplaudido Josef Espejo, que hasta ahora no ha tenido en su género competidor, hacian prosperar su compañía y llenaban de insolente orgullo á sus fieles Polacos. Otras se humillaban y confundian al ver que el auditorio abandonaba su teatro, para gozar en el otro los chistes populares de Miguel Garrido, los tonos lúbricos y expresion gitanesca de María Fernandez, álias la Caramba; el decoro y compostura de voz y accion de Antonio Robles, la enérgica y exagerada declamacion de María del Rosario, conocida con el nombre de la Tirana, su gentil ademan, la

hermosura de sus ojos elocuentes, la riqueza y pompa de su traje y adornos.

Como estos partidos usurpaban frecuentemente los derechos del público, y lo que á ellos no era agradable caia sin remedio, á fuerza de silbidos crueles, entre las oleadas del patio, que hacian crujir y tal vez rompian el degolladero (viga robusta que dividia á los mosqueteros de la luneta pacífica), los cómicos procuraban aumentar el número de sus parciales y tenerlos muy en su favor, á lo menos para evitar su cólera, ya que no les mereciesen aplauso.

Una cómica, que por nueva en la Córte, ó por el temor que la inspiraba el mérito de las demas, deseaba acreditarse en el teatro, se veia en la dura precision de captarse la benevolencia de los apasionados, á fuerza de expresiones cariñosas y de finezas oportunamente distribuidas, si queria silencio en sus tonadillas y relaciones, y aprobacion segura y palmadas y vítores en cualquiera cosa que hiciese. Retirábase á las siete de la noche en su gran silla de manos, conducida por dos robustos mozos, de los cuales el que iba delante llevaba un farolillo. En cada esquina, á cada paso distinguia apenas el bulto de tres ó cuatro arrimones (y éstos eran los más contenidos y vergonzosos), que al atravesar junto á ellos, la decian: ¡Vaya V. con Dios, señora Pepita! ¡Viva la sal de España!, Ella entonces, apartando una de las cortinas, saludaba al monton, y les decia con voz halagüeña y suave: Adios, caballeros, hasta mañana; voy muy agradecida, mucho.» Y ellos: Señora, mande V. lo que guste; que ya sabe V. lo que la queremos.» Y esto dicho, se apartaban de allí, los más alegres y felices mortales de la

tierra.

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Llegaba á su casa. En el portal, en la escalera, en el recibimiento hallaba el mismo obsequio: á todos hacia cortesía, sin detenerse, y les pedia licencia para retirarse á

desnudar. Entre tanto sonaba por aquellas piezas oscuras un rumor confuso, parecido al de un enjambre de abejas laboriosas, y sólo templaba el horror de las tinieblas la escasa luz de los cigarros, que sin cesar ardian. Salia despues la criada con un velon por la puerta de la sala, y les decia si gustaban de pasar adelante, lo cual hacian ellos de muy buena voluntad. Adornaban la sala unas cortinas de damasco de lana encarnada, una sillería de lo mismo, seis cornucopias, un retrato de la señora Pepita, vestida á la antigua española, obra tal vez de algun dorador granadino, tan mal pintor como desesperado amante del bello original; una guitarra portuguesa, con su gran lazo de verde celedon, en uno de los ángulos del estrado; un clave á los piés de la sala, y sobre él, mezclados desordenadamente, papeles de música, comedias sueltas, estropeadas en los pérfidos tórculos de Barcelona, sainetes y tonadillas manuscritas, una estampa del Cristo de Rivas, la lista del mes, un cartel de toros y un collarcito de plata con cascabeles y un letrero, en el que decia Viva mi dueño.

Presentábase, en fin, la señora y ocupaba sola el estrado; los concurrentes se acomodaban en las dos hileras laterales de los taburetes; y si sobraban algunos, se quedaban de pié junto á la puerta del recibimiento. La conversacion era muy breve y á pausas. Tratábase de lo que habia llovido aquella tarde, de la ronquera del segundo gracioso, de la entrada infeliz que habian tenido los de allá, de la altercacion ocurrida en el cubillo con un ebanista viejo de la calle de Silva, que hizo empeño de no quitarse el gorro, habia llamado gato al alguacil; de los preparativos que se hacian para la próxima comedia de mágia, y de las garruchas que Avecilla tenía ya corrientes para hacer volar en un navío á el galan y la dama hasta el número siete de los palcos segundos.

y

Duraba todo esto un cuarto de hora ó poco más; salia la criada por la alcoba, y ella y su ama se hablaban en secreto. De allí á un instante se levantaba Pepita, y á su ejemplo toda la congregacion. «Amigos, VV. se irán ahora á divertir, y yo ¡pobrecilla! me quedo á estudiar. Cinco pliegos tengo en el teatro que vamos á hacer el viernes..... La pérdida de Jazminito me ha causado tal pesadumbre, que yo pensé volverme loca..... Con que, señores, buenas noches. Mañana echan allá la tonadilla nueva de Cibeles y Apolo con que, supongo que no tendré yo el gusto de ver á mis apasionados. »—Todos á una voz la prometen y juran solemnemente que el perro ha de parecer, si las entrañas de la tierra le ocultasen; que apasionados más finos nunca los hubo ni los habrá; que aunque los otros hiciesen cantar la Tirana á todas las fuentes de Aranjuez, no atravesarian ellos las puertas de su Corral, mientras viva la señora Pepita, y salga á las tablas á ser el hechizo del mundo. Con esto, desaparecia aquella atolondrada juventud, y dejaba desembarazado el sitio, que ocupaban despues la opulencia, el ingenio, y tal vez el amor.

Ya nada de esto existe. Ni los autores dramáticos, ni los que representan sus obras, mendigan hoy la proteccion del vulgo, ni fomentan ni adulan su inconsiderada parcialidad. El público aprecia y aplaude sus aciertos; y si alguna vez manifiesta desaprobacion, lo hace en los términos que son lícitos en un teatro, sin desvergüenza, sin encono. Una actriz, por muy estimada que sea, no recibe anticipados los aplausos; pero así que los merece, se los dan. No queda ya disculpa, ni á los poetas ni á los cómicos, para escribir

ni

representar desatinos. El actor que hoy quisiera renovar la olvidada escuela del manoteo y los desplantes, y se pusiera á pintar las astas del ciervo, el galope de los caballos ó la lucha de la serpiente, recibiria en silbidos el castigo de

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su locura. No hay ya ni Polacos ni Chorizos que sostengan el abandono del arte; y los mosqueteritos, tan temidos, tan mimados en otra edad, en la presente siguen el impulso del público, forman una pequeña parte de él, y no tiranizan el voto comun, reducidos, por la nueva distribucion de los teatros, á más estrechos límites.

Intraque præscriptum Gelonos
Exiguis equitare campis.

Acto II, pág. 43 (1).

Son muy poderosas las razones que hay para elegir los héroes de la tragedia en épocas y regiones distantes de nosotros, y muy conocida la perfeccion que añade á tales poemas el practicarlo así; sin que por eso el espectador desconozca el mérito de la semejanza. La historia es comun lectura de todas las naciones; los héroes y los grandes acontecimientos de que hace mencion, generalmente son conocidos; los excesos de la ambicion, de la tiranía, del amor, de la envidia, del fanatismo, del orgullo, en todas las cór tes proceden por los mismos medios y se dirigen á iguales fines. No dejará de percibir el auditorio español todas las bellezas de una tragedia en que se represente la conjuracion de Bruto contra el primero de los Césares, los amores infelices de Ines de Castro, el suplicio de María Stuarda, la política atroz de Mahomet, los furores de Athalía, el llanto de Hécuba pasiones grandes, acaecimientos que la fama y la historia recuerdan, que en iguales circunstancias se ven repetidos á diferentes épocas, y que no puede ménos el pue

(1) Primera edicion.-Acad. de la Hist., tomo II, parte 1.a, pág. 240. << Manoseando continuamente Gacetas y Mercurios para buscar nombres bien extravagantes, que casi todos acaben en of y en graf.» (Acto 11, scena 1.a)

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