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manuscrito, tomaban su doblon, y volvian á casa á calzarse el dedal y á freir los calabacines.

De estas letras habla D. Eleuterio, y tales eran como él las pinta: necias, groseras, obscenas, sin gracia y sin arte. Si las que se han escrito despues tienen más mérito que aquéllas, los que conocen el teatro sabrán decirlo. Baste asegurar que frecuentemente se ve salir á un D. Cristóbal, casado con una D. Ruperta, y, él paseándose, y ella sentada al tocador, cantan un par de coplas triviales é insignificantes, que acaban con aquello de

No se puede tolerar,

No lo puedo tolerar;

ca

y, esto dicho y repetido diez ó catorce ó veinte veces, llan de repente los instrumentos, sin saber por qué, y empieza entre marido y mujer lo que llaman parola, transicion intempestiva, absurda, discordante con lo que ha precedido y lo que debe seguir:

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A lo mejor de este diálogo, se apodera de ellos otra vez el demonio armónico, y les hace prorumpir en unas seguidillas boleras, acompañadas de toda la orquestra, en las cuales dicen, poco más ó ménos:

¡Ay que mi mujercita.....

¡Ay que mi maridito

Me va apurando,
Y tendremos jarana,
Si es que me enfado!
Que no se pueden
Sufrir las sinrazones

De este imprudente.....
De esta imprudente.

Luégo, mediante otro batacazo músico y poético, vienen á parar en unas letrillas satíricas, en las cuales, si no hay chiste, ni ingenio, ni gramática, no faltan á lo menos chocarrerías y desvergüenzas. Se cansan de esto, y viene un recitado patético, y despues un duo, en que se aplica tal vez la música compuesta para expresar los afectos del ánimo atroz de Caton ó los amores de Lícidas y Argénis, á la ridícula disputa del oficinista y de su digna esposa, que altercan sobre si la basquiña ha de tener flecos, ó si los puntos de las medias de D. Cristóbal han de coserse ó no. Se acaba el duo y dan otro salto, y empieza una polaquita alegre y bulliciosa, destinada á concluir la fiesta y recomendar al auditorio una máxima moral, ó por mejor decir, una verdad de Pedro Grullo, ó un concepto en que no hay sentido:

Y esto sirva de ejemplo
Á todos los casados,
Para que, escarmentados,
Usen de precaucion.

Mirad en este caso,
Mujeres y maridos,
Que debeis advertidos
En todo proceder.

Este capricho enseña

Que en lances tan urgentes

Excesos imprudentes

Se deben evitar.

Los inteligentes en la música dirán si es cierto que en

las composiciones modernas, léjos de prestar los instrumentos energía y adorno á las palabras, de tal manera las ahogan y confunden, que es indiferente que el cantor cante ó lo deje de hacer, puesto que no hay voz humana que pueda sobrepujar á tanto estrépito. Dirán si es cierto que la parte instrumental excede sus límites cuando interrumpe la expresion poética y dramática con sus preludios y ritornelos, resfriando la accion, quitando á las figuras teatrales el movimiento y voz, y destruyendo por este medio todos los conatos del poeta y de los actores, la verosimilitud y el interes, para que la garrulidad pedantesca del músico lo luzca exclusivamente. Dirán si al poner en música aquellas palabras ó expresiones, en que no hay imágenes ni afectos, será conveniente hacinar notas, dando importancia á lo que no la tiene, y apurando las combinaciones más delicadas de la armonía para decir:

Esta carta me ha entregado

El lacayo de don Blas.

¿ Cuánto va que se ha marchado
Á los baños de el Molar?

Ya son las cuatro :

Quiero salir.

Abre esa puerta.

Ya voy á abrir.

Dirán si es una regla, ó un error apoyado en la más crasa ignorancia, el acomodar la expresion música, no al sentido. general del pensamiento, sino al significado particular de cada voz, como, por ejemplo, cuando en el psalmo 50 dice David Auditui meo dabis gaudium et lætitiam, et exultabunt ossa humiliata, en donde el compositor, olvidándose de que está hablando un pecador arrepentido, humillado ante la presencia del Señor, á quien pide con gemidos y lá

:

!

grimas el perdon de su culpa, y que de esto, no de otra cosa, se trata en todo aquel cántico de dolor, que repite la Iglesia, animada de los mismos afectos, se vuelve loco sin más motivo que por ver allí las palabras gaudium y lætitiam y exultabunt, y esto le da ocasion para convertir el Miserere en una contradanza; y recalcándose en gaudium y lætitiam y exultabunt, donde apura toda la clamorosa alegría de los sonidos halagüeños, cae despues con los bajos, fagotes y trompas, como si de repente se precipitase á los abismos, para dar expresion lúgubre y horrisona á las palabras ossa humiliata. Esta especie de frenesí es tan general, que, desde la basílica toledana á las academias y los teatros, se ve repetido con tal frecuencia, que hace dudar á quien no sea un profesor, si acaso será posible que el desatino se haya convertido en precepto, autorizado únicamente por una costumbre bárbara y á despecho de la sana razon. Lo cierto es, que si viéramos en la scena á un actor que, en un período de pocas palabras, al decir unas esforzaba la voz con gritos alegres, alzaba los hombros, estregaba una con otra las palmas de las manos, mudaba de lugar, levantaba los piés alternativamente y daba saltos de placer, y á la palabra que seguia despues empezase á llorar y gemir, bajase la cabeza, abandonase los brazos y pronunciase entre sollozos profundos cuanto le faltaba que decir, todos convendrian en que aquel buen hombre habia perdido el entendimiento.

Si es la música un arte de imitacion, cuyo original existe en la misma naturaleza, ¿qué razon podrá dispensarla de el precepto de la unidad, ni cómo será lícito pasar por medio de transiciones intempestivas y violentas de una pastorela á una marcha militar, de un minuet á unas seguidillas, de un rondó gracioso y brillante à un recitado insípido, á quien de rato en rato sostiene el bajo como de limosna, re

sultando un género neutro, que ni es canto ni declamacion, inferior mil veces á la declamacion y al canto, y de allí á una aria magnífica, artificiosa, llena de gorjeos y escapadas de voz, bien recargada de acompañamiento y ruido y repeticiones, y trastorno y confusion de las palabras y conceptos que dictó el poeta? El que guste de ver realizado el monstruo que Horacio describió, en la composicion poética y música de nuestras tonadillas podrá encontrarle.

Es evidente que este género, léjos de adquirir perfeccion, de cada vez se ha ido apartando más de ella; que los primeros que le cultivaron lo hicieron con no poca inteligencia y acierto; que de treinta años á esta parte, á fuerza de saquear á italianos, alemanes y franceses, y hacinar en una tonadilla cuanto se les viene á las manos, han conseguido algunos de nuestros músicos ir desterrando las composiciones antiguas, porque si alguna vez aparecen, el público las aprecia demasiado, y confunde con los aplausos que las da la ignorancia de quien solo acierta á disimular lo que le falta con lo que usurpa y roba.

Una tonadilla es un melodrama, y debe escribirse con sujeción á las reglas de toda imitacion teatral: unidad de accion, de lugar y tiempo, expresion conveniente de caracteres y de pasiones, una fabula, un interes, nudo y solucion, propiedad, correccion, cultura en el lenguaje y en el estilo, facilidad en la versificacion, ligereza, armonía. No se limita á un solo género; todos los admite, del más humilde al más levantado y heroico. Un paso de Lope de Rueda, un idilio de Géssner, un cuento de La Fontaine, una oda de Horacio, un episodio de Cervantes, una heroida de Ovidio, pueden ser materia conveniente para esta clase de composiciones, si sabe hacerse con inteligencia y gusto. La eleccion del argumento decidirá la del género; la de la fábula, la de los personajes; la de los afectos, la del estilo; la

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