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VIDA

DE

DON LEANDRO FERNANDEZ DE MORATIN,

ESCRITA

POR DON MANUEL SILVELA (').

Este brevísimo resúmen de la vida de mi amigo, ni satisface la deuda de la amistad, ni corresponde al tamaño de su objeto. Entre los escritores, la vida de aquellos que tal vez honraron su siglo con producciones estimables, pero que no saliendo de los caminos trillados, no adelantaron la ciencia, ni ejercieron sobre ella otra influencia que la de aumentar el número de los buenos ejemplos, puede şin grave pérdida reducirse á la más ó ménos sencilla ó exornada narracion de los sucesos principales del hombre, que ó en el retiro de su gabinete, en la familiaridad del trato con sus amigos, ó al frente de los destinos que desempeñó, llenan el período de su duracion, siempre interesante y digno de la memoria grata de la posteridad, sobre todo cuando la virtud realzó los dotes del talento. Mas las vidas de aquellos escritores que, por la superioridad de su ingenio, por la fuerza de sus doctrinas y de sus ejemplos, ejercieron sobre

(1) Se publicó en el tomo a de las Obras póstumas del D. Manuel (Madrid, 1845). Las demas notas á esta Vida son del editor de las citadas Obras del Sr. Silvela.

sus contemporáneos una especie de magisterio, extendieron los dominios de la ciencia, ó la restablecieron á sus verdaderos límites, de que la despojaran injustas usurpaciones, confundiéndose con la historia de la ciencia misma, deben considerarse como una parte integrante de ella; y los que las escriben no llenan su objeto cuando, contentándose con referir los hechos del hombre, olvidan, por decirlo así, la influencia del escritor. Continuadores de aquella historia, más bien que biógrafos, otras son sus obligaciones; otra la extension del plano que deben trazar; otra la importancia, el interes, la viveza y el colorido del cuadro que deben pintar. Poco le importa á la posteridad, por perfecto que sea, el retrato del individuo; lo que le interesa, lo que reclama, es la fisonomía del escritor. Estos ingenios superiores son, por decirlo así, el último producto de su siglo; ellos los que le representan, ellos los que en el juicio de residencia de las generaciones venideras, comparecen en nombre de todas aquellas que los precedieron; ellos los que transmiten á las inmediatas la herencia santa de nuestros mayores, y los que conservan títulos justos á la memoria y al reconocimiento de una posteridad sin fin. Los trofeos que gana cada siglo combatiendo errores funestos, y extendiendo y consolidando el imperio de la razon, adornan exclusivamente el carro de su triunfo. Del incontable número de generaciones que precedieron á Homero, él solo existe; del millar de millones que hoy oprimimos la tierra con nuestro inútil peso, una fraccion casi imperceptible de hombres eminentes transmitirásu nombre y su saber á las futuras edades: ellos solos viven, los demas vegetamos; su historia es la de la especie entera. ¿Por qué las leyes de la modestia, compañera inseparable del mérito distinguido, se oponen á que ellos mismos sean sus propios historiadores? Así la historia se elevaria á la altura de su objeto, y satisfaria completamente à las condiciones de tanto empeño. Facta dictis exæquarentur, et par gloria seriptorem et auctores sequeretur (1).

(1) Salustio, De bello Catilinario.

Si la idolatría de la amistad no me ciega, mi amigo pertenece á este reducido número de hombres privilegiados. La celebridad europea de que gozan sus obras, y la primacía que en su línea, y dentro de su nacion al ménos, ninguno le disputa, parecen estarle ya designando como uno de aquellos pocos á quienes la generacion actual se propone legar la honrosa mision de representarla en los futuros siglos. Su vida es para mí como un reinado poético, que abraza casi media centuria, que pide un'exámen detenido de la otra mitad que la precedió, y debe contener lo más importante de la historia de la literatura durante este período: de propósito y con toda amplitud en el ramo en que sobresalió; por incidencia y afinidad en todos aquellos adonde alcanzó su influjo. Tal es el plan que yo me he formado, y bajo el cual me propongo escribirla; mas su ejecucion pide mucho tiempo, reunion copiosa de materiales, exámen crítico de todos ellos, meditacion detenida y constante laboriosidad, y ¡ pluguese al cielo que no pidiera ademas órganos privilegiados para sentir y comparar, aquella sensibilidad exquisita, que cuando refluye sobre el juicio, toma el nombre de perspicacia, aquel ingenio superior que se necesita para elevarse á las bellezas de los grandes modelos, y que la naturaleza, espléndida en todo lo demas, reparte con mano avara entre sus favoritos! No me se oculta, pues, que la obra, igual sólo á mis deseos, es muy superior á la posibilidad de mis medios. Tal vez hubiera debido confiarla á quien, con otra riqueza de erudicion, con otros talentos, hubiese sabido desempeñarla así concebida; mas en esta lucha entre el sentimiento justo de mi debilidad, y mi amistad y mi gratitud, la primera no ha podido oponer ni áun una resistencia sensible á la accion enérgica y combinada de las segundas. Sin ser, por desgracia mia, discípulo de Moratin; sin adoptar en todo el rigor de sus doctrinas, fuí tan amigo suyo, lo soy y lo seré tanto hasta el último suspiro de mi vida, que si, semejante al héroe de Cervantes por la presuncion, acometo tamaña aventura, igual á él en mi delirio, ni me curo de los molinos de viento, ni de los palos de los yangüe

ses, ni de los muchos ejemplos que nos dejó su castigada temeridad. Estoy, pues, resignado á todas las consecuencias de mi atrevimiento. Que la posteridad diga de mí enhorabuena : Si no hizo todo lo que quiso, quiso todo lo que debia querer; pero que nunca pueda decir: El nombre de Moratin te salvó del olvido; mas no vivirás en mi memoria sino con la sospecha de ingrato.

No pudiendo pues realizar por ahora mi proyecto tal cual le he concebido; deseoso de contentar un tanto, y de la manera que por de pronto me es posible, la curiosidad, la justa impaciencia de los admiradores de mi amigo, no sólo en la Península y en el dilatado hemisferio de Colon, donde se habla la hermosa lengua que con tal maestría manejó, sino en todos los vastos dominios de la Europa culta; y no queriendo ni debiendo, en fin, retardar por más tiempo la publicacion de las obras que componen esta coleccion (1), de no menos instruccion que recreo, me he decidido á componer, como por via de interim, un breve resumen de los principales acontecimientos de su vida, ó más bien una noticia biográfica, que los indulgentes leerán acaso con benignidad, con severidad harto excusable los que no lo son, pero que á ninguno dejará más que desear que á su propio autor.

Como áun no soy el historiador de Moratin, mi estilo se desvía de lo que en tal caso pediria la majestad de la historia. Dejo correr la pluma al grado de los afectos que me guian; y sin cuidarme de elegir un modelo, no será necesario que diga á los lectores de alguna instruccion que no imito ni á César ni á Salustio, á Livio ni á Tácito. Escribo la vida de mi amigo, lo repito; y lo que yo amé fué el hombre, no inferior al escritor, con ser el escritor tan grande. En cuanto á éste, me contento por ahora con pagarle el tributo comun de admiracion y aprecio con que le honraron sus contemporáneos. Si un dia llego á escribir, no su vida, sino su historia, mi situacion será muy diferente, y

(1) Dice de esta coleccion, porque escribió esta Vida de Moratin, para ponerla al frente de sus Obras póstumas, que iba á publicar.

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en todo lo que va del hombre que siente mucho, al que no sufre las influencias de ninguna pasion, ó debe hacer esfuerzos para someterlas todas. Dicho se está que en este caso, diverso ha de ser el tono y el colorido de la composicion.

Don Leandro Fernandez de Moratin, descendiente de una familia noble de Astúrias, nació en Madrid, el 10 de Marzo de 1760. El mismo, en un fragmento de su Vida, que habia comenzado, y va por documento al fin de éste resúmen (1), da razon de todas las personas de su familia que conoció: dice que sus abuelos paternos fueron don Diego Fernandez de Moratin, natural de Madrid, y doña Ines Gonzalez Cordon, natural de Pastrana, de honrada familia de labradores, propietarios en la misma villa. Tuvieron éstos por hijos á don Nicolas, don Miguel, don Manuel y doña Ana, de los cuales, el segundo se dedicó al comercio; el tercero, por su achacosa salud, vivió á expensas de su familia, y la cuarta casó con don Víctor Galeoti. El primero, que era D. Nicolas, sobresalió entre sus hermanos por el ingenio, y fué destinado á la carrera literaria por el padre, que era jefe de guarda-joyas de la Reina doña Isabel de Farnesio. Con aquel objeto pasó á Valladolid, donde cursó jurisprudencia; y concluida ésta, regresó á San Ildefonso, donde casó con doña Isidora Cabo Conde, natural de Aldea Seca, cerca de Arévalo; habiendo sido nombrado inmediatamente ayuda de guarda-joyas. Cuando, por muerte de don Fernando VI, vino aquella señora á Madrid (en calidad de Gobernadora, hasta que llegase su hijo Cárlos III) del Real Sitio de San Ildefonso, donde habia habitado desde la muerte de Felipe V, se trasladaron á la Córte, con las demas personas de la Real servidumbre, los padres de don Leandro, llevando ya la madre en su seno este hijo, que fué bautizado en la parroquia de San Sebastian, el 12 de Marzo de 1760, con los nombres de Leandro, Antonio, Eulogio, Meliton, habiendo sido su madrina doña Ana Fernandez, su tia, que no tenía entonces

(1) Se omite, dejándolo para cuando se publiquen las Obras póstumas de D. Leandro Fernandez de Moratin.

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